
*Por Julio César Balbi - Asociación Civil Espacio Plaza
Se escucha seguido en estos días, en ocasión de rememorar el día más triste de nuestra historia, de un golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Seguramente por desconocimiento o por el sólo hecho de aliviar responsabilidades o culpas, circunscribir el hecho a un grupo de depravados y asesinos que comandaban las Fuerzas Armadas de entonces el golpe de estado, refleja a las claras que seguimos los argentinos o gran parte de nosotros, mirando las cosas siempre para otro lado.Tristemente se ve por allí, y me refiero a dirigentes y compañeros que rozan los cincuenta, caer en la misma trampa en que nos metieron para justificar lo injustificable, en la sustentación de la teoría de los dos demonios.Contando o describiendo, para que lo tengamos presente, los desmanes, crímenes, apresuramiento o irreverencia de una gran parte de los jóvenes de entonces, que pensaron y actuaron en consecuencia porque previeron que se estaba gestando un modelo que al final del camino fue el que venció para desgracia de todo el pueblo argentino y de Sudamérica toda.Poner en un mismo plano o sacudir nuestra memoria para recordar estos episodios, es como frecuentemente sucede en nuestra conducta colectiva, de revisar los comportamientos de las víctimas: “El violador y asesino se vió seducido por la menor que en ese momento tenía puesta una prenda provocativa”.Y esta memoria colectiva, promueve que las consecuencias nefastas del genocidio sigan vigentes y nos dificulte el goce de una democracia en plenitud.
Quién puede dudar del dolor de quienes tenemos cerca la desaparición de un ser querido, quién puede borrarse de la cabeza el imaginario del sufrimiento de los días en las mazmorras de nuestros compañeros. Quién no se pregunta, sin descanso en estos 30 años, qué fue de sus últimos días. Si con solo conocer, enterarse, ver, que están apareciendo nietos que fueron entregados como mascotas perdidas a quienes en ese momento se pudieron hacer cargo de ellos.Quienes seguimos vivos, sabemos a ciencia cierta, que el modelo impuesto, de ajuste, miseria, deuda externa, destrucción sistemática del estado, precariedad laboral, salud y educación convertida en negocio, se constituye en la bandera de nuestra derrota.De lo que habría que acordarse es que, en aquella época, la de los revoltosos, que para algunos sus conductas justificaron el golpe, lo que estaba en discusión y se actuaba en consecuencia, era revisar o politizar las acciones de los dirigentes o responsables de entonces de la entrega de nuestro patrimonio y de nuestra independencia como proyecto de nación.Pero la herencia de la dictadura no se agota con un hecho histórico, sino que provocó que el tema de los derechos humanos ocupara un sitial que no había ocupado nunca. Existen y convivimos con ello un sesgo de autoritarismo en la vida doméstica, que se puede traslucir en el maltrato y la tortura. La época de la represión aniquiló los valores básicos que circulaban en la sociedad argentina, el compromiso hacia el otro y de cierto pacto intersubjetivo que había funcionado durante años. Produjo deshumanización e invalidación de la posibilidad de recuperación de sentimientos morales. Muchos sentimos o nos confundimos en el rol de víctimas, cuando en realidad hemos sido cómplices silenciosos.Tenemos por delante, el retornar a la búsqueda de cierta recomposición de algunos elementos básicos morales. No debe ser bien visto, el respeto a la picardía, la corrupción, y la admiración por los tesoros o botines que resplandecen.Debemos despejar de una vez por todas esta lucha entre la memoria y distintas formas de amnesia y olvido colectivo, porque si podemos sobrellevar esto y poner en su justa medida, vamos a dejar de cercenar un proyecto de país diferente y a evitar las formas de desigualdad y depredación que se instalaron en nuestra conducta colectiva. Con lo cual creo que el problema es que las víctimas quedaron colocadas en el lugar simplemente de víctimas y no de personas que querían algo que el país todavía, no obtuvo.
espacioplaza@argentina.com