lunes, 18 de septiembre de 2006

COMUNAS, CASI UN BOTIN DE GUERRA

Por Julio C. Balbi para La Nación
/NOTA PUBLICADA EL 16/09/06 /DIARIO LA NACION
http://www.lanacion.com.ar/archivo/nota.asp?nota_id=840800&origen=acumulado&acumulado_id=

La política en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está signada por la irresponsabilidad de sus dirigentes. Ellos están demostrando otra vez que están más predispuestos a repartirse el territorio para lograr una cuota mayor de poder que a trabajar en la construcción de un plan estratégico que facilite el desarrollo de la ciudad y el bienestar de los porteños.

Observamos como, sin ningún pudor, se reparten las futuras comunas cual botín de guerra, alimentando desde los partidos políticos a seudorrepresentantes “independientes” de vecinos para catapultarlos a la conducción de los destinos de un barrio o de la suerte de una zona de esta capital. Todo sin medir eficiencias, capacidades ni compromisos.

No se promueven los concursos de antecedentes ni los proyectos que puedan medirse.

Participar en los debates o en las asambleas de vecinos en muchos casos desalienta. Pocas veces se plantean allí con seriedad las responsabilidades, derechos y obligaciones que van a tener los gobiernos comunales en una ciudad en la que institucionalmente está todo por hacerse.

Cuando todavía no está resuelta la potestad institucional con respecto a la plena autonomía, cuando no sabemos cómo resolver el tema de la seguridad y la justicia propias, cuando aún debemos sortear jurídicamente nuestro poder de policía para regular los servicios de transporte automotor, cuando la convivencia jurisdiccional en casi todos los temas de la vida diaria se complica porque entran en colisión los intereses del gobierno federal con los intereses del gobierno local, los porteños igual nos proponemos –sin pausa, pero con prisa– descentralizar o desconcentrar el poder de mandato del Gobierno de la Ciudad en quince comuneros o alcaldes barriales.

Imaginemos solo algunas tareas pendientes. Coordinar los límites de las nuevas comunas con los establecidos por las treinta y tres comisarías de la policía metropolitana. Y con el SAME por alguna emergencia sanitaria. Ni hablar de las prestaciones de los servicios públicos, que en algunos casos están concesionados por zonas (léase recolección de residuos, alumbrado público, mantenimiento de calles, etcétera).

También debe considerarse la relación de las nuevas comunas vecinas con las intendencias del conurbano para acordar temas que son comunes a ambos lados de la de la General Paz.

Ni hablar si pasamos al control de la obra pública. ¿Quién establecerá las prioridades de lo que necesita el vecino de alguna comuna determinada? ¿Dónde se discutirá el plan de mantenimiento urbano, de desarrollo económico, del espacio público, de una eventual emergencia sanitaria, edilicia, habitacional?

El artículo 128 de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires determina las facultades exclusivas y concurrentes de las comunas en estos temas, pero siempre supeditado al imperio de una ley que establezca su regulación .

Hoy se discute con mayor énfasis la conveniencia de la fecha de las elecciones, pero se postergan las leyes de las regulaciones. Así, resulta que primero repartimos el botín y después establecemos qué se va a hacer en el terreno de los hechos concretos.

El autor es director del Ente de los Servicios Públicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


miércoles, 13 de septiembre de 2006

LA INSEGURIDAD NO ES UNA FOTOGRAFIA






Por Julio César Balbi, especial para Agencia NOVA
CIUDAD DE BUENOS AIRES, Septiembre 12 (Agencia NOVA)
http://www.novanoticias.com.ar/nota.asp?n=2006_9_13&id=33783&id_tiponota=3


La inseguridad no es una fotografía ni una manifestación espontánea. Es quizá, la más cruel expresión de un sistema hegemónico impuesto desde hace décadas.

La destrucción del aparato productivo, la ausencia de un proyecto nacional y fundamentalmente el desprecio hacia los derechos humanos, son las causas de un estado de cosas que hoy enajena desde la indefensión a las grandes mayorías de nuestro país.

Vincular la inseguridad solamente con el delito es caer en un simplismo que roza la estupidez. El delito es solamente una de las manifestaciones que afectan nuestra inseguridad. Quizá la de mayor presencia mediática y seguramente la más rentable desde su explotación electoral.

Un tema impuesto en la agenda desde las víctimas y cuyo tratamiento parece reducirse a la edad mínima de imputabilidad, a la severidad de las penas o directamente a la imposición de mano dura. Las posiciones enfrentadas entre “garantistas” y “duros” dibujan falsas fronteras entre izquierdas y derechas. Ni los garantistas son de izquierda por autodefinirse de ese modo, ni los duros asumen las responsabilidades que les caben por el actual estado de situación.

La verdadera diferencia entre izquierdas y derechas, como históricamente fue, radica en el diferente grado de compromiso, sensibilidad social y valoración del ser humano como integrante protagónico de una sociedad.

En política es más sencillo reclamar mano dura y prometer balas para los delincuentes que, comprometerse con la generación de condiciones para la disminución real del delito atacando sus causas. También es cierto que esa frontera entre izquierdas y derechas se diluye cuando uno es víctima y no encuentra por parte del Estado una respuesta acorde al daño recibido. Nunca puede ser más importante el derecho humano de un victimario que el derecho humano de su víctima. El primero contrae una deuda con la sociedad que inexorablemente debe pagar en proporción al daño que infringe. Sin embargo estamos ante un desmadre de valores en el que no terminamos de asumir cómo somos.

Produce una alegría profunda saber procesados a Martínez de Hoz, y Harguindeguy. Gestores ambos de la destrucción solapada y perversa de la cultura del trabajo y la producción y del crimen más atroz que nuestra historia más reciente recuerde. Aún cuando la justicia no alcanzará seguramente, a imponer el castigo que merecen habida cuenta que la condena nunca será proporcional al daño causado. Esta desproporción se expresa permanentemente en una actualidad que lastima. El despliegue mediático a la hora de recuperar la memoria no es igual entre este acto de justicia y la plaza de Carlos Blumberg. Tampoco lo son los discursos escuchados en ese acto.

Pareciera que si uno reivindica el pedido de justicia y condena para los responsables del terrorismo de estado, quedó congelado en los años 70`s. Cuando en realidad, podemos encontrar en esa época nefasta las causas de lo que hoy padecemos en materia de inseguridad desde su más amplia concepción. Es tan importante que no queden impunes los delincuentes de hoy como que esos macro asesinos paguen lo que la historia les reclama. Es tan importante enfrentar con firmeza la delincuencia, como comprometerse con igual virulencia en combatir la pobreza y la miseria. Seguramente para muchos de los que asistieron a la marcha contra la inseguridad, esto último puede resultar hasta molesto.

Así como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco se puede esconder las consecuencias de la exclusión debajo de la alfombra de la hipocresía.

Vivir sin esperanza es la mayor condena que se puede imponer a un ser humano. Parece de Perogrullo, pero no tanto, afirmar que defender la vida no es oponerse al aborto sino luchar para que ese, que está por nacer, tenga una mínima posibilidad de acceder a una vida digna.

Axel es un hito más en la dolorosa memoria de las víctimas, sigue pendiente la construcción de la memoria con dolor de los victimarios. Quien delinque asume una deuda con la sociedad y debe pagarla. Esa sociedad a través de su Estado, debe crear las condiciones para que ese delito no sea el recurso desesperado de la ausencia de futuro. En ese momento podremos hablar de justicia y sentirnos seguros en la auténtica extensión del término.

Mientras tanto debemos entender que es necesario reconstruir un Estado que ha desprotegido en su ausencia a una sociedad francamente indefensa. Esta reconstrucción lleva su tiempo, nada se transforma inmediatamente, mucho menos esos problemas estructurales que provocan un reclamo legítimo por parte de los sectores sociales que se expresaron en la plaza o que lo hacen en un silencio expectante.

Uno puede acompañar el dolor de Blumberg, compartir la legitimidad de su lucha y disentir a su vez con la posición política que adopta, funcional a los sectores más refractarios de la política. No es matando al portador de la enfermedad como se soluciona la inseguridad.

Si bien el responsable principal a la hora de encontrar soluciones es el Estado, no están ajenos de este esfuerzo todos los sectores sociales. Bueno es reconocer que ese Estado está jurídicamente compuesto por los tres poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial. No es el camino cargar contra quienes hoy gobiernan, cuando todos sabemos que la responsabilidad se extiende más allá de ellos y viene de una larga historia heredada.

Los tiempos para cambiar la realidad en un sistema democrático son obligadamente mayores que aquellos de los que dispuso la propia historia de destrucción social. Es incuestionable que uno protagonice una lucha desde su dolor personal sin olvidar que, como testigo pasivo del proceso que lo llevó a sufrirlo, también carga con alguna responsabilidad. La memoria personal no puede ocultar la memoria colectiva.

De cualquier modo, tanto el arquitecto como cualquier otro –los hay y muchos- que hayan sufrido la pérdida de un ser querido en manos de criminales, tiene el derecho de reclamar y de comprometerse con la búsqueda de justicia. Ese compromiso nos cabe a todos y en ese empeño sabemos que las definiciones ideológicas se plasman en los hechos y en las actitudes.

Nadie puede mirar para el costado. En el country de la indiferencia nuestro futuro es mucho más inseguro.

*Julio César Balbi es integrante del “Espacio Plaza”